Robert Kirkman está en la cresta de la ola. En los últimos diez años ha pasado de auténtico desconocido a ser punta de lanza de la renovada editorial Image, demiurgo de su propia continuidad al estilo Marvel o DC (el universo Invencible, al que se adscriben no sólo las aventuras del super-héroe juvenil de idéntico nombre, sino también las de “El asombroso Hombre-Lobo”, “Tech Jacket” o “Brit”) y productor y guionista de la exitosa serie de televisión “The Walking Dead”, basada en su propio tebeo estrella. El secreto del éxito de Kirkman no se encuentra en el terreno conceptual: el tipo no es un iluminado al estilo de Alan Moore o Grant Morrison. Sus planteamientos, de hecho, parten de arquetipos vistos una y mil veces (un apocalipsis zombie al estilo George A. Romero o un super-héroe adolescente heredado de la escuela de Stan Lee y Steve Ditko) y apenas aportan novedades significativas en el terreno de las ideas. Tampoco destaca Kirkman por su habilidad para la transgresión formal. Más bien al contrario: sus tebeos son bastante convencionales en términos de narrativa y los colaboradores gráficos de que se rodea no pretenden inventar la rueda con atrevidas composiciones de página, sino que se ciñen a estándares clásicos que invierten en claridad expositiva a costa de audacia y experimentación. Diríase que Kirkman es eso que comúnmente se conoce como un guionista con oficio si no fuese porque sus obras mayores, lejos de ser correctas o entretenidas, son trabajos brutalmente adictivos y profundamente emocionantes, del modo más visceral que uno pueda imaginar.
Da la casualidad de que este mes de marzo tenemos en España una triple demostración de las virtudes del toque Kirkman. Mientras las pantallas de televisión dan la bienvenida a los compases finales de la tercera temporada de la teleserie “The Walking Dead”, llegan a las librerías españolas dos tebeos muy esperados por un servidor, y que suponen sendos puntos de inflexión en las colecciones que han hecho célebre al guionista de Kentucky: el volumen 17 de la edición de Planeta de Agostini de “Los Muertos Vivientes”, subtitulado “Algo que temer” y que incluye el tan cacareado capítulo 100 de la edición estadounidense, y el tomo 16 de “Invencible” publicado por Aleta, que recoge la muy anticipada “Guerra Viltrumita”.
Por el lado zombienos encontramos con un arco argumental que recoge de un modo particularmente certero la esencia de las desventuras de Rick Grimes y sus camaradas supervivientes: soberbia caracterización de personajes, fascinante control de los tiempos dramáticos (ahora toca relajarse, ahora anticiparse a la fatalidad inminente, ahora sufrir por el trágico destino de los protagonistas) y una constante sensación de que no hay personaje a salvo ni límite infranqueable del horror (alcanzando niveles de violencia que jamás -repito, JAMÁS- se verán en su adaptación catódica). Con todo, últimamente algunos de sus antiguos apologistas han acusado a “Los Muertos Vivientes” de repetir esquemas y correr el riesgo de aburrir al lector. Nada más lejos de la realidad, al menos en mi caso: que una cabecera con más de 100 números a sus espaldas consiga ponerme los pelos de punta del modo en que lo hace la brutal escena central de “Algo que temer” es un logro al alcance de muy pocos tebeos. Y ninguno, ojo, realizado por un tándem guionista/dibujante que lleve más de ocho años publicando nuevo material con cadencia mensual.
Puede que Charlie Adlard no sea el dibujante más hot del momento, y que sus recursos narrativos y expresivos sean a estas alturas archiconocidos, pero su capacidad para producir páginas con pasmosa regularidad y su buena sintonía con Kirkman a la hora de putear a los personajes lo convierten en la elección idónea para una serie que de otro modo habría sufrido altibajos mucho más acusados en manos de diferentes ilustradores rotativos. Antes que lamentar la ausencia de un dibujante más talentoso, convendría agradecer el esfuerzo por evitarnos esos molestos bailes de dibujantes que tanto daño hacen a algunas publicaciones de otras editoriales que presumen de prestigio y veteranía.
Paralelamente, por el lado super-heroico tenemos una saga épica de space opera repleta de hostias como bollas de pan gallego que viene a cerrar numerosas tramas planteadas durante (atención) 70 números y abrir otras nuevas e imprevistas. El factor Kirkman, podemos decirlo ya, es su fascinante visión a largo plazo: el guionista puede pasarse años construyendo una línea argumental (o diez) y llevando al lector de la mano hacia un clímax largamente anticipado sin perder jamás el rumbo ni acusar cansancio en la descripción y motivaciones de sus personajes. El caso de “Invencible” es paradigmático de ello, y la espectacular “Guerra Viltrumita” es la demostración más incuestionable de esta realidad.
Tras superar el planteamiento de “héroe adolescente con problemas cotidianos” que lo hermanaba con personajes como Spider-Man o Superboy, y pasar por la etapa “slice of life con super-poderes”, “Invencible” recupera en su epopeya cósmica el aroma a “Dragon Ball” que ya habíamos catado en el arco argumental “Todavía en pie”. De hecho, los paralelismos entre la “Guerra Viltrumita” y la saga de Namek ideada por Toriyama son demasiados para resultar casuales, y uno no puede más que convencerse de que, como tantos otros nacidos a finales de los 70 y principios de los 80, Kirkman creció bajo la influencia de Goku, Krilin y compañía y ahora utiliza la inspiración obtenida del manga/anime nipón para abrazar cotas de destrucción masiva (¡y diversión!) pocas veces presenciadas en el género super-heroico.
Por fortuna, el dibujante que lo acompaña en esta hora decisiva para Mark Grayson y sus aliados alienígenas sigue siendo un Ryan Ottley funcional en lo narrativo (como apuntaba antes) pero delicioso en el terreno expresivo. Pocos ilustradores plasman la violencia gratuita como el colaborador de Kirkman en “Invencible”, y muchas de sus viñetas en esta “Guerra Viltrumita” pertenecen ya a un hipotético greatest hits con los mejores momentos gore de la colección.
Difícilmente logrará Kirkman que alguna de sus series regulares se imponga como tebeo del año en las clásicas listas que adornan la bloguesfera a finales de diciembre o principios de enero. Esa responsabilidad recaerá, con toda seguridad, en alguna novela gráfica (cursiveo, sí) planteada como un rompecabezas formal no apto para principiantes (y lo dice alguien que admira profundamente a Chris Ware, Craig Thompson, Dash Shaw o David Mazzuchelli), pero lo que está claro es que “Los Muertos Vivientes” e “Invencible” pasarán a la historia del medio por otros méritos igualmente valiosos: divertir, sorprender, aterrar y emocionar hasta el tuétano al lector que se adentre en sus miles de páginas publicadas hasta la fecha. Personalmente no podría pedirles nada más, y ya me tardan en llegar sus respectivas nuevas entregas. Tenemos Kirkman para rato, y yo me alegro.