En 1980, el guionista Patrick Cothias y el dibujante André Juillard presentaron en la revista “Pif Gadget” a un espadachín encapuchado llamado Masquerouge, valedor del pueblo llano en la Francia de principios del siglo XVII. Tras la aparición de varias aventuras cortas protagonizadas por el personaje, la dirección de la revista decidió cancelar la serie y Cothias y Juillard se llevaron su creación a otra publicación, “Circus”, donde prefirieron indagar en la génesis del héroe de la máscara roja desarrollando un ambicioso novelón folletinesco.
Se trata de “Las 7 vidas del Gavilán”, cuerpo central de lo que a posteriori sería una inmensa saga compuesta por varias cabeceras y que, en última instancia, abarca más de cien años de Historia (desde 1554 hasta 1658). Así, además de “Masquerouge” (compuesta por 10 álbumes) y “Las 7 vidas del Gavilán” (formada a su vez por 7 volúmenes), Cothias ha escrito a lo largo de los últimos 25 años las precuelas “Las tentaciones de Navarra” (2 álbumes) y “El caballero, la muerte y el diablo” (2 álbumes), y las secuelas “Pluma al Viento” (4 álbumes), “Corazón quemado” (7 álbumes), “El loco del rey” (9 álbumes), “Máscara de hierro” (6 álbumes), “Ninon secreta” (6 álbumes) y "Las 7 vidas del Gavilán: Después de 15 años" (1 álbum... por ahora). De todas ellas en España sólo hemos podido disfrutar, de la mano de Norma Editorial, de aquellos títulos ilustrados exclusivamente por Juillard. Es decir: “Las 7 vidas del Gavilán”, “Pluma al Viento”, el primer volumen de "Después de 15 años" y los tres primeros libros de “Masquerouge” (que, a todo esto, cronológicamente irían entre los álbumes 6 y 7 de "Las 7 vidas del Gavilán").
Dicho así, resulta inevitable que el lector potencial se sienta abrumado por la cantidad de títulos, tramas y personajes que puedan tener cabida en estos más de 50 álbumes, pero conviene aclarar que “Las 7 vidas del Gavilán”, en su edición integral a cargo de Norma, es una lectura perfectamente abordable (y lo que es más, absolutamente recomendable) de forma individual.
La historia se abre con el nacimiento, el mismo día de 1601, del heredero al trono de Francia, futuro Luis XIII, y de Ariane de Troil, hija de un barón de las tierras altas de Auvernia. La muchacha conocerá en sus años de infancia a un espadachín encapuchado, el misterioso Gavilán, que acompañado de su fiel pájaro homónimo impartirá justicia contra la nobleza y el clero. La admiración de Ariane hacia este héroe subversivo le llevará a meterse en serios problemas y a descubrir oscuros secretos sobre su propia historia familiar. Mientras tanto, en la corte parisina, las tensiones entre hugonotes y católicos traerán de cabeza a la monarquía francesa, inmersa en una conspiración con raíces en el Vaticano. Siguiendo la senda de Alejandro Dumas, Cothias logra que sus caracteres ficticios convivan con naturalidad con personajes históricos como Enrique IV o el cardenal Richelieu, y añade además un pequeño pero significativo componente sobrenatural al culebrón en que acaban convirtiéndose las vidas de Ariane de Troil y de sus familiares, aliados y enemigos. Esta combinación entre Historia y fantasía, aventura y romance, acción y tragedia, resulta sorprendentemente fresca, teniendo en cuenta que el género al que “Las 7 vidas del Gavilán” se adscribe tuvo sus mayores exponentes literarios hace casi 200 años.
Es difícil dilucidar qué parte del mérito reside en los carismáticos personajes y la imaginativa trama ideados por Cothias y cuál en el arte sublime de Juillard. La perfecta anatomía de los personajes (¡y animales!), su obsesivo detallismo por la arquitectura y la belleza de los elementos naturales abandonan los postulados del realismo pictórico para convertirse, gracias al entintado de línea clara y a la sencillez cromática de unas acuarelas casi planas, en una sinergia entre academicismo y arte pop que me desencaja la mandíbula en cada plancha. Pero “Las 7 vidas del Gavilán” no es sólo un tebeo repleto de preciosas viñetas, sino también una clase magistral de narración gráfica pletórica de ritmo, pese a su densidad, y plagada de recursos que no por conocidos dejan de resultar eficaces. En su clasicismo francobelga, extremo opuesto a la locura descomprimida del manga nipón, Juillard consigue plasmar vibrantes duelos a espada en apenas tres viñetas, travelings a vista de pájaro que le dejan a uno ojiplático y escenas desarrolladas en paralelo que cocinan su clímax con precisión de relojero (como en la cacería / magnicidio / duelo a espadas que cierra el cuarto álbum).
El final de “Las 7 vidas del Gavilán” es abrupto y terrible, y dependerá del lector, que a esas alturas ya se habrá deshecho del vértigo que la inmensidad de la historia ideada por Cothias pudiera haberle generado, el decidir si es un punto y final o tan sólo el puente que conecta un capítulo con el siguiente. Para quien quiera más, la recomendación es evidente: “Pluma al Viento” retoma argumento y personajes apenas unos meses después, y aunque no logra alcanzar el refinamiento dramático de estos siete álbumes previos, ofrece otras 200 páginas firmadas por un Juillard pletórico que se atreve a retratar la Norteamérica colonial como pocas veces se ha visto en el Noveno Arte.